El sector algodonero del norte argentino enfrenta una crisis sin precedentes, con el 70% de sus cultivos comprometidos por condiciones climáticas adversas.
En las provincias de Chaco, Santiago del Estero y el norte de Santa Fe, donde se concentra la mayor extensión de tierras sembradas, los productores luchan contra los embates del clima y los costos crecientes que amenazan con dejarlos en números rojos.
La temporada agrícola comenzó con buenas perspectivas, con siembras realizadas en tiempo y forma durante noviembre y diciembre del año pasado, acompañadas por adecuadas precipitaciones hasta mediados de enero. Sin embargo, a partir de ese momento, una abrupta interrupción en el suministro de agua y temperaturas extremadamente elevadas afectaron gravemente a los cultivos de algodón, maíz y soja en la región.
Marzo, habitualmente un mes de lluvias beneficiosas para el desarrollo de los cultivos, se convirtió en un verdadero desafío. Con más de 10 días de temperaturas superiores a los 45ºC y escasas precipitaciones, las plantas de algodón sufrieron un estrés fisiológico irreversible, comprometiendo seriamente el rendimiento y la calidad de la fibra.
Actualmente, en plena etapa de cosecha, las lluvias continuas obstaculizan los esfuerzos por recolectar lo poco que queda de los cultivos dañados. Esta situación agrava aún más los rendimientos, sumiendo a los productores en una espiral descendente tanto en términos de producción como de calidad del algodón.
Según estimaciones, se prevé que el rendimiento promedio por hectárea se reduzca en un 57%, pasando de 700 a 400 kilos de fibra, lo que representa pérdidas significativas para los productores. Además, la disminución en la calidad de la fibra ejerce una presión adicional sobre los precios, que no logran compensar el aumento en los costos de producción.
El impacto económico de esta crisis se ve agravado por el aumento de los costos de los insumos agrícolas, como el combustible y los fitosanitarios, así como por la depreciación de la moneda local frente al dólar, que afecta especialmente a los productores que financian sus operaciones con la cosecha posterior.
A pesar del malestar generalizado en el sector y de los constantes reclamos al Gobierno por medidas de apoyo, los productores optan por contener su descontento y evitar acciones de protesta que agraven aún más la situación. Prevalece un sentimiento de resignación y solidaridad con la actual administración, a pesar de las dificultades que enfrentan en medio de esta crisis agrícola sin precedentes.
