EL OCASO DE LOS BARÓN BIZA

La tragedia familiar que inspiró una de las mejores novelas argentinas

06 de Septiembre, del 2024 - Opinión

POR | Marco Fernández Leyes. Periodista y escritor. Publicó los libros “Tragadero. Cuentos y relatos”, “Es inútil que corras” e “Intergrafías”. Ig: @marcofernandezleyes

Hay libros que solo pueden forjarse en la fragua del espanto. En un espacio, en el que la realidad se impone a todo lo demás con una cuota de horror infinito por partida doble: como combustible y materia prima que permitirán dar forma a una construcción ficcional que resultaría inconcebible de cualquier otro modo. Es que resulta imposible separar lo que se escribe de las experiencias, incluso de lo desconocido, para narrar de modos más o menos alterada una historia. Aunque en algunos casos duela tanto como mirar directo al sol. En Argentina existen varios ejemplos, pero uno en particular engrandece su legado a poco más de un cuarto de siglo de su primera edición.

La reedición de 2013 estuvo a cargo de Eterna Cadencia

Es el amanecer del domingo 16 de agosto de 1964 en Buenos Aires y la vida de la tradicional y opulenta familia Barón Biza se apresta a encarar la recta final que concluirá 37 años más tarde con cuatro suicidios en su haber, pero ninguno lo sabe aún.


O tal vez sí Raúl, el patriarca millonario perteneciente a una de las familias más encumbradas de Córdoba, escritor, bon vivant y político, siempre polémico que, entre tantas cosas, primero apoyó y luego repudió el golpe de Estado encabezado José Félix Uriburu contra Hipólito Yrigoyen en 1930 y, en 1933, dedicó la que tal vez fuera su mejor obra, “El derecho de matar”, al Papa Pío XII.

Jorge Barón Biza vivió bajo la sombra de la tragedia familiar


Horas más tarde, una vez concretada la firma del divorcio entre él y, a los efectos, su ex esposa, Clotilde Sabattini, Barón Biza propondrá un brindis a ella y su abogado. Buscará tres vasos de whisky, servirá la bebida y, a último momento, hará lo impensado: arrojará el contenido de su vaso a la cara de Clotilde. El líquido se derramará por el rostro de ella arrastrando consigo piel y carne exhibiendo los primeros efectos del ácido muriático por el que reemplazó su bebida. En el caos siguiente al ataque, Rubén huirá hacia su departamento, irá a la habitación, se vestirá con su robe de chambre favorita y se volará la cabeza con un revólver calibre 38 largo. En otro sector de la ciudad, Clotilde, luchará contra las gravísimas heridas, sobrevivirá y ese será el germen desde el cual nacerá un de los puntos más elevados de la literatura argentina.

Clotilde Sabattini (1918-1978), destacada figura política de su época


Treinta y cuatro años más después Jorge Barón Biza, hijo de ambos, publica “El desierto y su semilla” en un intento de sublimar la tragedia a la que se vio arrastrado y reconstruir, a modo de novela autobiográfica, el derrotero que lo llevó a acompañar a su madre durante una década y media mientras intentaba recuperar un rostro que no volvería.


Entramos a una novela teñida por la culpa, la soledad y el dolor. La culpa que siente él porque al tiempo que Clotilde es sometida tratamientos y cirugías en las mejores clínicas de Argentina e Italia, él codea con las tentaciones del sexo y el alcohol a las que resiste hasta que concluye que es más sencillo aceptar lo que es y punto.


Al mismo tiempo la soledad juega con un rol primordial. Se cuela en la cama donde yace Clotilde consumida en cuerpo y el espíritu por la desfiguración, y persiste en el abismo que separa a la belleza hipnótica de la masa revuelta que devuelven los espejos.


Y el dolor, por supuesto. Omnipresente, apabullante colándose por cada espacio posible a una escala que resulta difícil de cuantificar.


Así y todo, al contrario de lo que podría parecer antes de leer el libro, no hay golpes bajos en el texto. En lugar de eso nos encontramos con algo peor cuando se trata de bucear en las profundidades del espíritu humano y mejor en términos de elección de escritura: una realidad abyecta narrada de la forma más simple que encontró Barón Biza. Porque esa era quizás la única vía posible para poner en palabras el horror y contar lo inenarrable. Un camino que requiere ser transitado sin estridencias, interpretando el mundo a través de los ojos del narrador y aprendiendo a decodificar a los alter ego familiares (que no están presentes con sus nombres reales, pero cuyas figuras son inconfundibles) en un viaje que nos deposita en un páramo decadente que parece nunca tener fin. El narrador nos cuenta su dolor sin reclamar misericordia, ni siquiera en las preguntas que se formula con crudeza y a las que le resulta muy difícil dar respuesta.

Raúl Barón Biza (1899-1964) en su juventud y en unas de las últimas fotografías antes de suicidarse

Existen varios desenlaces en esta historia. Uno, el ficticio, el de la novela, del que no diré nada por obvias razones. Los otros pertenecen a la realidad e involucran a los integrantes del clan en una seguidilla de suicidios que se extiende a lo largo de casi cuatro décadas. Al de Raúl Barón Biza, lo seguirá el de Clotilde en 1978; luego el de María Cristina, hija menor del matrimonio, en 1988 y, por último, el de Jorge el 9 de septiembre de 2001. “El desierto y su semilla” había sido publicada tres años antes.