La propuesta de Javier Milei para un tratado de libre comercio con Estados Unidos promete cambios en el acceso a productos y plantea interrogantes sobre el impacto en las industrias locales protegidas por aranceles.
Por Alberto Medina Méndez
Argentina se enfrenta a un desafío sin precedentes con la posibilidad de un tratado de libre comercio con Estados Unidos, promovido por Javier Milei. Esta iniciativa rompe con un largo historial de acuerdos que Argentina ha manejado exclusivamente a través de bloques regionales como el Mercosur, y plantea un cambio de paradigma en la relación económica con una potencia mundial. La idea de libre comercio entre Argentina y Estados Unidos no es nueva en América Latina, países como Chile, Perú y Colombia han explorado acuerdos similares, los cuales han transformado sus economías y relaciones internacionales.
Este tipo de tratados no se concretan de la noche a la mañana y requieren meses de negociaciones para establecer las condiciones de apertura en cada sector. La decisión política de avanzar hacia este acuerdo representa, sin duda, un primer paso importante. Sin embargo, la realidad es que el libre comercio es un tema espinoso, lleno de complejidades y particularidades. En su campaña, Trump ha sido explícito sobre su visión proteccionista, priorizando la economía norteamericana. Esto plantea la interrogante de cuánto pueden ganar las economías pequeñas en acuerdos con grandes potencias, y si Argentina tiene la infraestructura y la visión para beneficiarse de manera equitativa.
Una cuestión clave es el impacto que un acuerdo de libre comercio puede tener en la industria nacional. Para muchos sectores productivos en Argentina, la protección arancelaria ha sido una herramienta esencial, aunque en ocasiones más dirigida a proteger intereses específicos que a generar beneficios reales para la población. Cuando los argentinos pagan un teléfono al doble de su valor internacional para “proteger” la industria local, ¿quién realmente se beneficia? La respuesta parece ser, en gran medida, las empresas ensambladoras que cuentan con ventajas arancelarias. Mientras tanto, el ciudadano común debe pagar precios inflados o resignarse a conseguir el producto en el extranjero, si tiene los medios para hacerlo.
Este supuesto proteccionismo ha dejado fuera a los más vulnerables. Mientras la clase media acomodada encuentra formas de adquirir bienes más baratos en países vecinos, quienes no pueden permitirse ese lujo quedan atrapados en una estructura de precios altos y limitaciones de acceso. En lugar de favorecer a las grandes mayorías, la protección a ciertos sectores se convierte en un castigo para los sectores menos favorecidos, lo que invita a reflexionar sobre el valor real de dicha protección.
Un tratado de libre comercio con Estados Unidos también podría abrir la puerta a una tecnología más accesible y productos más baratos, que históricamente han sido difíciles de conseguir en el mercado argentino. Sin embargo, no se pueden ignorar las implicancias para el empleo. Es innegable que la apertura del mercado internacional podría afectar a ciertos sectores tradicionales, poniendo en riesgo empleos que hasta ahora han dependido de un modelo proteccionista. La verdadera pregunta es si estos cambios permitirán redirigir el consumo hacia otros sectores de la economía, que podrían aprovechar el capital que antes se destinaba a productos protegidos. ¿Podrían surgir nuevas industrias y servicios que dinamicen la economía y generen empleo en otras áreas?
Es probable que esta estrategia no cuente con el visto bueno de todos los miembros del Mercosur, un bloque que ha favorecido la negociación en conjunto con la Unión Europea y otras entidades internacionales. La posición de Milei, inclinada hacia acuerdos unilaterales y una apertura agresiva, podría generar tensiones en el seno del bloque y abrir un debate sobre el futuro de Argentina en el Mercosur.
Finalmente, más allá del entusiasmo que este tratado pueda generar en algunos sectores, es crucial observar la letra pequeña. En el contexto de un acuerdo tan ambicioso, sería ingenuo creer que Estados Unidos se mostraría generoso sin obtener algo a cambio. Ya sea en términos de acceso a recursos estratégicos, influencia en el ámbito regional o algún otro tipo de reciprocidad, Argentina debe evaluar los riesgos de lo que podría estar ofreciendo en la mesa de negociaciones.
Argentina necesita crecer y desarrollarse, pero también debe hacerlo de forma inteligente. A largo plazo, el objetivo debería ser buscar un equilibrio entre apertura económica y protección de los intereses nacionales.