Por: Emilio Hidalgo
La revinculación de menores es un proceso complejo que requiere un abordaje cuidadoso, interdisciplinario y, sobre todo, respetuoso de los derechos del niño. En los últimos tiempos, hemos visto cómo estas situaciones se convierten en escenarios de disputa y tensión entre adultos, dejando en un segundo plano el bienestar emocional y psicológico de los menores. Este fenómeno no solo es alarmante, sino que también pone de manifiesto la necesidad de replantear la forma en que se llevan adelante estos procedimientos.
Cuando un menor pierde contacto con un progenitor, un abuelo o un miembro de su familia durante un periodo prolongado, la revinculación debe darse de manera paulatina, en un ambiente tranquilo y controlado. Esto incluye la participación de un equipo interdisciplinario compuesto por psicólogos especializados en familia, psicopedagogos, acompañantes terapéuticos, e incluso el apoyo de la escuela. Solo a través de este enfoque integral se pueden abordar adecuadamente las necesidades del niño, garantizando un entorno que favorezca la reconstrucción de los vínculos.
Sin embargo, la realidad a menudo dista mucho de este escenario ideal. En muchos casos, la revinculación se transforma en una batalla legal donde los derechos del niño quedan relegados frente a los intereses de las partes en conflicto. Esta dinámica no solo exacerba las tensiones, sino que también predispone al menor a desarrollar patologías como ansiedad, depresión, o incluso trastornos más graves como el estrés postraumático. Además, el fenómeno de la alienación parental, en el que uno de los progenitores influye negativamente en el menor contra el otro, complica aún más el panorama, afectando el desarrollo normal del niño.
Un ejemplo reciente que ilustra estos desafíos es el caso de la "Niña Cielo". Las imágenes de su extracción forzada de su entorno maternal han generado indignación y debates en todo el país. Este caso refleja cómo, cuando se llega al extremo de que un juez ordene una revinculación en condiciones adversas, el pronóstico para el menor es incierto. Las partes se han convertido en enemigas, y el menor queda atrapado en el medio, convertido en un trofeo de una disputa en la que las acusaciones cruzadas nublan la posibilidad de encontrar soluciones centradas en el niño.
Es importante entender que ni una imagen violenta ni una imagen feliz pueden definir la situación de un menor sin un contexto claro. La construcción de vínculos requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, un ambiente que priorice el bienestar del niño. La improvisación y las medidas extremas solo generan miedo y desconfianza, dificultando aún más el proceso de revinculación.
Por último, es fundamental que como sociedad tomemos conciencia de la importancia de proteger a los niños en estos procesos. Esto implica no solo respetar sus derechos, sino también trabajar activamente para crear un sistema que evite que lleguemos a estos extremos. La formación de equipos interdisciplinarios y la sensibilización de todos los actores involucrados, desde la justicia hasta las familias, son pasos esenciales para garantizar que la revinculación sea un proceso constructivo y no un episodio traumático.
El sentido común y el respeto por la infancia deben guiar nuestras acciones. Los niños se adaptan, pero no de esta manera. Es nuestra responsabilidad asegurar que cada paso que demos en estos procesos sea en su beneficio y no en su detrimento.