Por el Dr. Ernesto Illiovich.
La artrosis, esa enfermedad que pocos reconocen a tiempo y muchos sufren en silencio, es uno de los problemas de salud más comunes entre la población adulta mayor, pero también afecta a deportistas y personas activas. Como médico, me veo en la necesidad de resaltar lo que muchas veces se pasa por alto: la prevención.
El cartílago, ese tejido blanco y brillante que recubre las articulaciones, es esencial para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo. Con el paso de los años, este cartílago pierde elasticidad, se desgasta y, como resultado, aparece el dolor, la rigidez y las deformaciones. Es en este punto cuando la artrosis se instala en nuestra vida, principalmente en las articulaciones que soportan peso, como las rodillas, la cadera y la columna.
La prevalencia de la artrosis es alarmante. Como mencioné en una conversación reciente, “en el 90% de la población mayor de 70 años se detectan síntomas de artrosis”. Sin embargo, la enfermedad no comienza a esa edad. Los primeros signos suelen manifestarse a los 40 o 50 años, con dolor y crujidos en las articulaciones. Lo preocupante es que muchas personas no toman acción hasta que el daño es irreversible.
La diferencia entre artrosis y artritis es un tema que suelo aclarar constantemente, pues ambas condiciones afectan las articulaciones, pero sus causas son muy distintas. La artrosis es un proceso degenerativo del cartílago, mientras que la artritis involucra inflamación por distintos factores, como infecciones o enfermedades autoinmunes. A menudo, las personas confunden ambas, y es crucial entender que, si bien ambas son serias, la artrosis es una enfermedad inevitable para muchos, pero prevenible si se detecta a tiempo.
A medida que cumplimos años, las probabilidades de desarrollar artrosis aumentan, pero esto no significa que debamos resignarnos. Al contrario, la prevención es clave. A los 40 años, cuando comenzamos a notar dolor al subir escaleras o al levantarnos de una silla, es momento de actuar. No debemos esperar a que el dolor se convierta en una barrera insuperable para nuestras actividades diarias.
La clave de la prevención está en fortalecer las articulaciones. “La actividad física es el principal tratamiento preventivo”, como siempre lo recalco. A través de ejercicios de estiramiento y fortalecimiento muscular, podemos evitar que el daño se propague. Mantener un peso saludable es fundamental, ya que el sobrepeso agrava la carga sobre las rodillas y las caderas. Además, las caminatas, la bicicleta y el ejercicio en agua son opciones ideales para mantener nuestras articulaciones activas sin sobrecargarlas.
El diagnóstico temprano también es esencial. Si notamos que nuestras articulaciones hacen ruidos, nos duelen al moverlas o se hinchan, es hora de consultar con un médico. A través de una radiografía y un buen análisis clínico, podemos detectar el grado de compromiso y seguir un plan de tratamiento adecuado. En muchos casos, la intervención médica puede prevenir la progresión de la enfermedad.
En los casos más avanzados, cuando el daño es irreversible, existen opciones como la cirugía para reemplazar las articulaciones dañadas. Sin embargo, como siempre enfatizo, “la cirugía es el último recurso, cuando ya no se puede hacer nada más”.
La prevención no es solo para los mayores de 50 años, sino para todos. Si empezamos desde jóvenes a cuidar nuestras articulaciones con actividad física adecuada y hábitos saludables, podemos retrasar o incluso evitar la aparición de la artrosis en el futuro. El tiempo pasa rápido, y muchas veces no somos conscientes de lo que dejamos de hacer hoy hasta que ya es demasiado tarde.
Por eso, mi llamado a la reflexión es simple: comencemos a cuidar nuestras articulaciones ahora. No esperemos a que el dolor se convierta en una limitación para vivir una vida plena y activa. La prevención está en nuestras manos.